La pérdida, cuando se produce, no tiene nada que ver con lo que has imaginado. Te manosea y viola una y otra vez hasta que acabas sometida a su dolor. Es repugnante sentirla deslizarse por tu cuerpo con sus babas inmundas, como una sanguijuela que te chupa y debilita. Tienes que acostumbrarte a su presencia, aunque la odies. Dejas de respirar esperando que aquella falta de oxigeno se apiade de tí y se te lleve, pero la vida te castiga dejándote aquí. Sigues con una existencia discontinua: muerta, viva, muerta, viva, muerta. Como si dependieras de un interruptor que no dominas... encendida, apagada, encendida, apagada... tratando de matar el tiempo, a sabiendas de que es él quien te está matando sin un ápice de misericordia.
A. Becerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario